El pasado 22 de julio tuve la ocasión de acudir a una manifestación en Las Palmas de Gran Canaria en calidad de periodista freelance.
No obstante, fuera de ser una manifestación multitudinaria y en boca de todos, la peculiaridad que promovió mi asistencia a esta jornada fue otra concentración paralela donde se pretendía reivindicar y exigir otra serie de derechos.
En tiempos difíciles como los que acaecen, es difícil llegar a un consenso entre las múltiples partes que existen en nuestra sociedad: una pandemia mundial que divide repentinamente qué es aquello por lo que debemos optar primero: ¿economía, empleo, salud, educación o medioambiente?
A propósito de este planteamiento surgen las discrepancias aquel día: un grupo de trabajadores del Hotel Oliva Beach (Fuerteventura) defienden sus puestos de trabajo delante de la sede de la Presidencia del Gobierno en Las Palmas de Gran Canaria. Grandes pancartas, voces a megáfono y empleados que, tras las mascarillas, defendían en pleno derecho sus empleos con toda la atención local mediática.

Tras ellos, a apenas unos metros, un pequeño grupo de activistas medioambientales hacía acto de presencia mientras agarraban dos pancartas defendiendo otra causa: la continuación ilegal de los hoteles en las Dunas de Corralejo. Mi cámara fue la única que tomó aquel momento.

Mientras hablaba con uno de los activistas, una voz se oía procedente de la otra concentración. Megáfono en mano, voz furiosa y palabras como balas, hacían visible que la presencia de atrás no les hacía demasiada gracia.

“¿No sería más fácil hacer presión unidos?”, le preguntaba a una de las personas presentes mientras seguíamos expectantes por la reacción de los trabajadores. Realmente ya tenía la respuesta a esa pregunta, pero solo fue un breve espacio de tiempo para evadirme de lo que estaba ocurriendo.
Dos causas: una sola ganará, pero, en este caso, el vencedor no juega, pues es quien mueve las dos fichas para asegurarse su victoria.
Qué grato hubiese sido ver a aquellos carteles compartiendo un mismo escenario; ver que la lucha es realmente factible conjuntamente y que sin trabajadores no hay turismo posible y que sin la buena conservación del patrimonio canario tampoco hay turismo valioso que valga, porque, en ambos casos, nadie sale ganando. No hay que pelear o rendir cuenta entre nosotros, sino a quienes realmente se encargan de que las disputas sean entre el pueblo.
No obstante, cabe plantearse que, en una situación tan difícil como la que el coronavirus nos ha dejado, ¿cómo le dices a un trabajador que perderá su empleo para salvar el patrimonio medioambiental?; en unas circunstancias tan alarmantes que se nos presentan a las puertas de casa con el cambio climático y la destrucción de la naturaleza, ¿cómo se cuida un planeta roto que vive por y para el dinero y el trabajo?
Deberíamos plantearnos: ¿no existe un punto intermedio?, ¿todo vale? Mi respuesta es que sí existe, pero no a nuestros ojos.
He aquí mi primer trabajo como freelance: una incógnita sin resolver. Creo (y espero) que no será la última.
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