Una multitud enfervorecida invadió ayer el Congreso en Washington para impedir que se ratificara como nuevo presidente a Joe Biden, ganador de las pasadas elecciones de EEUU celebradas el 3 de noviembre.
Lo que comenzaba como un mero trámite se complicó hasta extremos jamás vistos en la historia de la democracia más longeva del mundo. La sesión que iba a poner fin al mandato de Donald Trump finalizó con un trágico final que podría haber sido aún peor. Un balance de cuatro fallecidos y 54 heridos es lo que dejó la inaudita sesión.
Todo empezó tras un mitin de Trump en Washington en el que volvía a afirmar que él era el verdadero presidente y que las elecciones fueron poco más que un amaño del Partido Demócrata. A pesar de los casi 100 recursos de su administración para impugnar las elecciones, ninguno ha salido adelante. Tras el acto, una multitud de sus seguidores se lanzaron contra el Capitolio con el objetivo de entrar e irrumpir en la sesión que se estaba celebrando dentro.
El descontrol
Los manifestantes rompieron las tres barreras de seguridad formadas por agentes de la ley y se apostaron enfrente de puertas y ventanas de uno de los edificios más emblemáticos del país. Finalmente consiguieron entrar a través de la fuerza. Los 534 legisladores presentes en la sesión fueron evacuados de urgencia hacia los sótanos del edificios y, según cuentan testigos, con máscaras antigás.
Mientras tanto, la multitud consiguió entrar en el Congreso y en despachos como en el de Nancy Pelosi y algunos manifestantes exhibieron en redes fotos de la situación. Fue entonces cuando comenzaron a escucharse disparos en el interior del edificio y se constató que algunos de los manifestantes iban armados. Una víctima mortal de la tarde fue una mujer que murió de camino al hospital tras recibir un disparo en el cuello cuando intentaba saltar una barrera de seguridad.
A pesar de todas las evidencias el Ejecutivo no desplegó refuerzos para contener a los manifestantes y evacuar el edificio con tal de reanudar la sesión. Los departamentos de Defensa y de Seguridad Interior evitaron pronunciarse y mandar a la Guardia Nacional tal y como las fuerzas del orden del Capitolio pedían. No fue hasta tres horas después de la irrupción de los manifestantes cuando finalmente Trump claudicó; envió a la Guardia Nacional y colgó un vídeo en Twitter que fue borrado de su cuenta oficial por la red social. A pesar de todo, Trump instaba a los manifestantes a que se marcharan a casa, pero seguía acusando a Biden de fraude electoral.
Ataque a la democracia
El asalto al Congreso se produjo en un momento en el que las emociones de millones de estadounidenses se encontraban a flor de piel. Con un presidente saliente que niega reconocer su derrota y se queda solo, la mayor parte del Partido Republicano se encuentra cada vez más en su contra. El propio expresidente republicano George W. Bush publicó un comunicado tras los hechos calificándolo como «insurrección» y condenando lo sucedido. El vicepresidente Mike Pence también parece haber dado la espalda a Trump cuando este quería que fuera él quien refutara la innegable victoria demócrata, algo evidentemente ilegal e inédito en la historia de Estados Unidos.
A pesar de todo, Joe Biden ha sido ratificado como presidente en una sesión que se reanudó cuando los manifestantes fueron disueltos. Trump ha acabado por rendirse, al menos de momento pues acepta su salida de la Casa Blanca el próximo 20 de enero, aunque afirma que seguirá luchando para «asegurarnos de que solo se contaron los votos legales».
Sin embargo, no todo está tan claro como parece. Algunos medios estadounidenses afirman que programas de reconocimiento facial han identificado a grupos camuflados entre la multitud pertenecientes a Antifa, la organización responsable de multitud de movilizaciones y que está detrás de movimientos como el Black Lives Matter.
No obstante, no parece que la mayoría de manifestantes formaran parte de este movimiento, sino que son seguidores de Donald Trump y de sus incendiarios discursos. El constante ataque a la prensa y la recurrencia en el uso de insultos y descalificativos contra cualquiera que no piense como él parece haber calado demasiado hondo en el seno de la sociedad estadounidense.
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