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‘Simpatía’ y la crónica de lo decadente

La literatura hispanoamericana debe estar de fiesta. Aunque el verdadero descubrimiento sería encontrar el momento en el que no lo estuvo. Simpatía es un nuevo ejemplo de la lucidez que puede alumbrar un paraíso perdido.

Rodrigo Blanco Calderón firma una obra tan exquisita en el contenido como en la forma. Simpatía transita la delgada línea del desastre que se puede palpar en el ambiente, pero no es recogido como tal en el diccionario cotidiano del mundo entero. Caminando por una Caracas más semejante a una esencia perdida que a otra cosa, Rodrigo Blanco Calderón pone al lector en la piel de un huérfano de todo que no le queda más que un piso.

Ulises Kan es el personaje por el que transcurre todo el asunto de la novela. Un joven al que no le quedan amigos porque todo el mundo parece haberse ido del país. A él le es encomendada la imposible misión de convertir una casa en un refugio para perros. Si la novela la hubiera escrito un alemán, el desarrollo no tendría más que una demolición y posterior construcción de un práctico hogar para perros abandonados.

Pero la casa está en Caracas con todo lo que ello significa. Así pues, un torrente de inverosimilitud cotidiana y plausible se amarra de los pilares del libro como si se tratara de un perro de presa. Los benditos imponderables que hacen del encargo una odisea. Y, mientras tanto, un país de fondo que se desmorona como un castillo de arena en marea creciente.

«A lo mejor en eso consistía un hogar, pensó. Tener ganas de marcharse de un sitio solo para poder regresar».

Caracas aparece como personaje principal, pero resulta irreconocible. Si se tratara de una persona al uso, se diría que ha entrado en la inevitable fase de envejecimiento: alzhéimer, demencia y lo que surja. Una ciudad en la que no queda nadie; vacía como un parque sin niños. Sólo quedan canes que deambulan buscando a unos dueños que partieron con la esperanza de encontrar un mundo fugado.

Ulises se emplea por transformar Los Argonautas en un ambiente de cambio silencioso perpetuo: todo acaba por apagarse. Lo único que se mantiene firme es El Ávila, la correosa estructura geológica que separa Caracas del mar, y su guardián centenario, que vive en una suerte de barco varado en la cima de una montaña.

La novela parece haberla escrito el propio Ulises. El devenir de un hombre sin suerte en una nación con aún menos. Simpatía eleva la decrepitud caraqueña a un estado postraumático constante. La literatura hispanoamericana está de suerte porque, de nuevo, un autor firma una obra fuera de lo común.

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