Tras haber publicado dos poemarios, Humano y Espejismos del silencio, David Jiménez Flores se lanza a la narrativa de la mano de Para seguir leyendo, una novela corta que supera por poco las cien páginas y que está disponible en Amazon en formato digital. Antes de nada me gustaría agradecer a mi compañero David el haberme brindado la oportunidad de leerla y darle mi más sincera enhorabuena por el trabajo realizado; su lectura fue muy gratificante para mí.
Como si de un cuento se tratase, Para seguir leyendo se esfuma en una tarde, del tirón. Al abrir este pequeño libro nos sumergimos de manera automática en una sociedad distópica en la que el utilitarismo y la cotidianidad parecen ser sus lemas principales. Desde la piel del señor Gómez habitamos en lo que antes se llamaba Madrid y ahora Sector 7, donde las personas no se relacionan entre ellas, donde se vive únicamente para trabajar, comer latas de conserva y cantar el himno nacional, donde los días pasan uno tras otro sin cambios y sin que nadie haga nada por romper con esa rutina. Variando y sacando un poco de contexto las palabras de Aldous Huxley, una dictadura perfecta sería una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar: así es el Sector 7, y como él, el resto de Sectores que conforman España, donde los habitantes se han olvidado de pensar y no recuerdan más allá de su cotidianidad.
Nuestro protagonista es objeto de una evolución cuyo punto de partida será una visita inesperada a mitad de la noche. Con una prosa ligera, entretenida y pulcra, comienza aquí la verdadera aventura: romper y escapar de la rutina. Un gran aliado en esta misión serán los libros, pues en esta sociedad leer se ha convertido en algo tan inútil que incluso los libros han dejado de publicarse. Cuando el señor Gómez comienza a leer, comienza a vivir más de una vida, a conocer mundo y gente nueva, aunque imaginación es algo que nunca le ha faltado a nuestro personaje: ser un soñador es uno de sus rasgos principales. Para seguir leyendo invita a reflexionar acerca de la necesidad y la importancia de la imaginación y la lectura, que nos hacen libres aun estando atados a una vida aburrida y monótona. De una manera bien hilada y agradable, sin ningún cabo suelto y con algunas oraciones dignas de leer y releer, se nos va narrando cómo el señor Gómez huye hacia la libertad que tanto ansía y que, sin saberlo, nunca tuvo; o al menos que él recuerde.
La pregunta que se me plantea al finalizar este librito es: ¿realmente estamos tan lejos de la sociedad distópica en la que habita el señor Gómez? ¿Qué haría el Estado si no fuésemos útiles para él en algún sentido? Nos obligaría a ser útiles, o nos atendríamos a las consecuencias. A medida que voy escribiendo esto me doy cuenta de lo horrible que resulta la palabra «obligar» y lo poco que se usa en estos casos. Es una palabra completamente maquillada y esquivada. Nadie nos obliga a trabajar en el sentido más puro del verbo, pero sin trabajo no podríamos sobrevivir, ni pagar las facturas que alguien no deja de emitir, ni invertir en ocio para ser un poco más felices. La servidumbre y la rutina siempre nos han atado, aunque a veces no lo vemos desde esta perspectiva; en ocasiones deberíamos abrir los ojos como el señor Gómez y tratar escapar, o cerrarlos y volar muy lejos. Como dice la frase de Amélie, son tiempos difíciles para los soñadores. Y temo que siempre lo serán.
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